sábado, 25 de junio de 2011

Reflexiones en Torno al Goce

Todo goce es ambiguo y contradictorio, todo goce implica un anclaje que amarra la vida humana al absurdo padecimiento. Este es el goce que nos muestra la clínica del psicoanálisis, bajo la enseñanza de Freud y Lacan.

       
       Pensemos el goce como “mal - estar” o como ese “padecer de algo en demasía” o como eso que implica “un suicido a corto o a largo plazo para el estar – bien del sujeto”, goce pensado como eso “confuso, oscuro y enigmático” que le impulsa, le arrastra y le impele reiterativa y repetitivamente hacia el hacer o padecer aquello inútil e insatisfactorio que aparentemente sólo le trae dolor y sufrimiento, en menor o mayor grado (hay goces de goces, hay goces más mortales que otros), pero lo cierto es que la cuota de ganancia y de placer también está allí incluida, aunque no lo parezca, por ello todo goce tiene la marca de la satisfacción de la insatisfacción, y develarlo, implica no sólo poner en lo simbólico, en la palabra, eso que como “acto ciego” repite el sujeto, para así reelaborar lo que hace síntoma, sino también en responsabilizarlo de lo que implica el develar su saber no sabido, saber que sabido empuja entonces hacia el asumir las consecuencias del situarse desde otro lugar frente al deseo del otro, es decir, tender a reconstruir otro lazo social (u otro puente de unión, u otro modo de relación y hablaje) que lo hile a sus semejantes.



     




      Esta responsabilidad tiene que ver con el situarse desde otro lugar que no sea el de obturar la falta del otro y así mismo obturar la propia (esto tiene que ver con el "amor" como imprescindibilidad e incondicionalidad, con el completar y llenar y ser completado y llenado, tiene que ver directamente con los vestigios del goce materno), tiene que ver entonces con el distanciar al sujeto del goce que hace estrago, síntoma (pulsión) y vehiculizar la vía hacia el deseo para que el sujeto logré inscribir en lo simbólico, en su palabra, en su recuerdo y en su hablaje, la reconfiguración de un nuevo posicionamiento, más libre, más responsable, más digno, menos sufriente. Esto no se da sin pérdidas, sin renuncias, sin dar pasos inicialmente hacia el vacío y la incertidumbre (algo se pierde indefectiblemente... traigo a colación el dicho popular que dice: "es mejor colocarse colorado un ratico y no pálido toda la vida", aunque lo cierto es que colocarse colorado un ratico cuesta el costo de la responsabilidad, del riesgo del arrojo a lo desconocido (que no precisamente por ser diferente y nuevo es sinonimo de malo, ese dicho que dice "es mejor malo conocido que bueno por conocer" es lo más perjudicial y temeroso que existe) también el costo del asumir el propio miedo a la libertad del tomar las riendas del propio deseo, mientras que por otro lado, el permitirse desde el sin saber quedarse pálido toda la vida es una posición cómoda, muy cómoda de hecho pero a su vez demasiado costosa también pues se paga con el precio del síntoma y el sufrir, la comodidad se paga con goce y esto es; reiterativo y repetitivo padecimiento en demasía), el resituar el placer por una vía diferente a la de la insatisfacción y el síntoma, implica un tomar las riendas del propio deseo, del propio destino, e inevitablemente también tumbar y reconstituir su imaginario de ilusiones en pro de un amor más digno, desde cualquier dimensión.





     


  El análisis que abre Freud y completa Lacan, nos permite pensar por qué la enfermedad lleva el signo del significante (es decir, toda enfermedad es cultural y por tanto es vehiculizada a través de la palabra); y por qué la Castración debe entenderse siempre en términos positivos. La falla que la Metáfora Paterna ha dejado será suturada por el síntoma vía el malestar del goce, la pulsión. No es por miedo a la castración, sino justamente por ausencia de corte -entre el goce materno y el sujeto- que la Neurosis hace su caldo de cultivo. Y ese corte es justamente el saber no sabido del propio inconsciente que al revelarse empuja al sujeto hacia el asumir su responsabilidad frente a sí mismo y lo que le duele. Parafraseando a Marcelo Perez  (www.psicocorreo.com.ar).

     

 No está de más recordar que toda neurosis es neurosis infantil, es decir que todos somos niños con Edipos fallidos, este es el descubrimiento Freudiano, y su tarea de cara a la clínica de la escucha.




Este goce que hace síntoma, está ahí, hablándose todo el tiempo sin ser visto, como un rosario propio que el sujeto reza sin ser visto, se le pasa de largo, por ello el discurso mismo camufla y esconde su propio goce, el propio anclaje, de allí que la responsabilidad ética del psicoanálisis (y lo que se busca al situar al sujeto como analizante) sea el del llevarlo a que se hable y se escuche, como manera de advertir lo ambiguo y así por la vía del error, restituir el bien – estar.
    

     Para concluir con un mejor entendimiento de lo que es el goce, escuchemos esta cita titulada, “Desafortunado” de Alejandro Jodorowsky:



  
         Un hombre que caminaba por la selva se topa con un león dormido. El hombre poniéndose de rodillas ante él, murmura: «Por favor, no me comas», pero la bestia no le escucha, ella sigue roncando. El hombre de nuevo grita: «¡Por favor, no me comaaas!». El animal no se da ni por enterado. Sorprendido y temblando el hombre le abre las mandíbulas y acerca su cara a los colmillos para volver a gritar el ruego, pero es inútil, la fiera no despierta. Histérico el hombre comienza a darle patadas en el trasero: «¡No me comas! ¡No me comas! ¡No me comas!». El león despierta, salta sobre él y, furioso, comienza a devorarlo. El hombre se queja: «¡Qué mala suerte tengo!».
  





Es frente a este goce de "necesitar ser comido para así poder reinvindicar la propia mala suerte", es frente a lo que el sujeto ha de responsabilizarse, en pro de su bien - estar, en caso de que el mal - estar de dicho goce le esté llevando a un punto límite (a una misma suerte de destino nefasto y molesto), y porque no decirlo, al surgimiento de una pregunta del orden del ¿Por qué me pasa siempre esto...?, lo que se traduce como una demanda de análisis, de escucha, de intervención clínica, de desciframiento inconsciente del saber no sabido, de una verdad propia que teja, ilumine y desnude aquello confuso, oscuro y enigmático que impele y no cesa de sufrirse.

 

      Siempre hay una vía para develar aquello que es tan propio al sujeto, tan propio, tan verdaderamente propio, que se hace imposible no amarlo (o mejor no amarse a sí mismo desde ese su lugar en desciframiento), se trata de un saber que vale Oro y que se propicia justamente por la vía del error y el fallido en el amor (sea cual sea su dimensión), es el desencuentro de la ilusión lo que empuja a una búsqueda de respuesta, de solución, de algo que alivie.

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