sábado, 25 de junio de 2011

La Metáfora Paterna o Complejo de Castración (Parte II, el costo del tumbar los pedestales)

Cuando se habla de estructura, se habla de un armatoste que se sustenta desde los tres registros; imaginario, simbólico y real, y que por tanto, lo que hace el psicoanálisis no es sólo aliviar el síntoma [pues el síntoma es una fachadita] sino revelar la naturaleza del fantasma para así adquirir, edificar e inventar un “saber qué hacer con eso que hace goce”, un responsabilizarse de eso que el sujeto es, un saber qué hacer con el goce, o con eso que hace fantasma y en su expresión; síntoma, y en su malestar; compulsión de repetición, o lo que se conoce como pulsión, pulsión que es otra que de muerte.

           El sujeto es trazado por la palabra del Otro [la madre en primera instancia] situándolo en un lugar de deseo, pero es un lugar de deseo que se hace posteriormente goce en la medida en que el sujeto viene a obturar algo de la falta en ese Otro, el sujeto tapa lo real del Otro, pensemos en la madre cocodrilo que es la metáfora que usa Lacan para designar a la madre que abriendo sus fauces permite que su cría se sitúa dentro de ella, en su boca, pero ojo, por ningún motivo devorar a dicha cría, aquí es donde aparece la metáfora paterna como un “palito” que se pone entre fauce y fauce de la boca cocodrilesca para indicar a la madre: “madre, no reintegrarás a tu cría, no te la comerás… acá te pongo este palito que es mi deseo, mi deseo de que desees más allá de tu hij@ y no sólo seas madre sino también mujer y me desees a mí, tu hombre”, y así mismo indicarle a la cría: “no retornarás al lugar en el cual un día estuviste… pues tu madre es mi mujer”, es decir, la metáfora paterna es una función [no es una persona] sino una función, una operación, un proceder que por simple que parezca no es nada simple [así como dicen que madre sólo hay una, pero padre, padre cualquiera, yo diría que padre no es cualquiera… hay infinidad de padres que no encarnan esta función precisamente porque en ellos no ha operado la castración, aún son padres con Edipos fallidos], y no precisa y necesariamente la encarna el padre, cualquiera la puede encarnar, pues la metáfora paterna o la función del nombre del padre es un corte que “castra”, es decir, le pone corte al goce de la obtura entre madre y cría, es decir, corte al goce de la madre de ser obturada por su hij@ y de aquel hij@ de ser obturado por la madre, la castración permite ir más allá del amor materno que es incondicional y imbuido de narcisismo, a un amor más digno, un amor que no se cimenta desde el goce.
           
           Por ello la castración es un corte al Edipo [una castración en doble vía, en la madre y en el hij@] la metáfora paterna es la salida del Edipo, siempre la castración es positiva y justamente por ausencia de castración o ausencia de corte al goce es que la neurosis se arma un complejo de síntomas y procederes que sólo buscan una sola cosa; ¡evitar y temerle a la castración, a la caída del narcisismo! y a lo que implica el bajar al otro de la nube en la que le situamos y así mismo en el bajarnos de la nube en la que nosotros mismos nos ubicamos, ese bajar al otro del pedestal y destronarlo implica un bajarnos del pedestal y destronarnos a nosotros mismos también, pues si no hay alguien que pueda reivindicarnos ese imaginario de creernos “su majestad el niño”, “su reina la princesa triste”….etc, implica que dicho niño rey y majestad y dicha reina princesa de mis amores, se caiga, se destronen, lo que implica y empuja a un o crecer o crecer, o encargarse del niño y la niña que yace dormitando y molestando a cada vez, o asumir la responsabilidad que implica el seguir manteniendo dicho estado, de goce. En otras palabras, el que sitúa en el sujeto ese imaginario de reconocimiento, imprescindibilidad e incondicionalidad es el Otro, el discurso del Otro que traza con significantes la oración o el rezo que predica el sujeto cada día y a cada momento cuando habla, por ello se dice que el inconsciente es el discurso del Otro, y el malestar es la perpetuación del Otro en el sujeto, y el sujeto perpetua en sí mismo el discurso del Otro en la medida en que teme y evita la castración [por vías fóbicas, obsesivas y conversivas] edificando un mar de complejos neuróticos para evadir ese corte con el goce que no es otro que el corte al Edipo, en otras palabras y situándonos en la estructura de la neurosis que es la que le da el sustento más preciso y sólido al psicoanálisis, la entrada de la metáfora paterna o de la castración como corte al Edipo se da en la medida en que el saber no sabido, el saber simbólico al dar cuenta del goce o del imaginario desde el cual el sujeto sustentaba su propio narcisismo [su fantasma, el enaltecerse al enaltecer al otro, y al enaltecer al otro se enaltece, o lo que es igual, hacer que el otro caiga en el propio juego o en el propio drama con el que el sujeto vive, y viceversa] cae en cuenta de su “propia mentira” y esto le hiere profundamente al ver que no era tan imprescindible, incondicional e importante para el otro ni el otro para él [para dicho sujeto] como él mismo pensaba.
       
           Este revelar del sujeto su propio discurso como discurso del Otro que le trazo con cierta manera de amar y ser amado [de responder y ser respondido en el amor, el fantasma] empuja al destrono de ese Otro y con su destrono el destrono mismo del narcisismo del sujeto, se da una renuncia, una renuncia que lleva a asumir la responsabilidad en las decisiones y así reorientar y asumir el propio deseo, ya no como deseo del Otro [Otro que lleva dentro de sí] que reitera en el otro [que es el semejante, el que está “afuera”], sino como deseo del propio sujeto, es decir, asumir el amor no como una manera de obturar y ser obturado [como una manera de mantener pedestales], buscar llenar y ser llenado, sino como una manera de buscar reedificarse a través del compartir.
        
           Si el sujeto se estructura a partir de un agujero, como un agujero negro, es por tanto muy diferente que ese agujero negro sea algo que se quiera llenar y tapar, y otra cosa muy diferente es que el agujero negro sea precisamente un hueco del cual emana algo, por tanto, si concebimos el agujero como algo a taparse, hablamos del goce, pero si el agujero es más bien un algo del cual emana algo, el deseo [el deseo es causado por la falta, el objeto “a” como objeto que representa la falta, es por tanto el objeto causa de deseo, por ende el deseo emana para reconocer el agujero de la falta como algo ahí, emanante, y no como algo a evitar y por todos los medios evadir. El deseo hace que el agujero sea un agujero de expansión del cual emana algo, digamos, hacia “afuera” en una búsqueda de edificar cada vez un mayor universo significante, mientras que la pulsión, contraria al deseo, es goce que busca llenar el agujero, es una contracción, y el agujero jamás se llena así como no es posible llenar el universo, por eso la pulsión vive en la continua insatisfacción de siempre querer saciarse pero siempre quedar hambreada, no es desde allí  que se sustenta la dicha y el bienestar del humano, es decir, una vez nacidos, salidos del vientre, no es jamás nunca posible recuperar ese estado de comodidad y placidez total, sólo la muerte final, podrá reintegrarnos a ese estado de inertes, de descanso, de completud que al parecer supone el morir, por ello, la pulsión es pulsión de muerte pues busca a partir del goce llevar de nuevo al sujeto a su estado anterior [recuperar ese algo perdido, para no concebirse como barrado, castrado, con un agujero], al estado que una vez perdió y que no recuperará, lo importante aquí es advertir que el malestar no se da por el simple hecho de vivir [hacia este pesimismo no apuntó Freud ni Lacan], el malestar se da precisamente por estar en el limbo del ni crecer hacia estadios de deseo ni el decrecer hacia estadios anterior por medio del goce, en ambos casos, el sujeto es responsable de decidir tramitar su metáfora paterna y acceder al deseo como una manera directa de ser más feliz y vivir mejor y disfrutar más de la vida, o definitivamente dejarse morir, ahogarse en la adicción y en la muerte y buscar un retorno a un estado anterior que no conseguirá sino hasta el momento en que muera. Es el sujeto mismo el que toma la decisión de echar para adelante, para atrás, o decidir quedarse en el medio o sea en el limbo en el que se encuentra de sentirse “bien pero mal” a la vez, en lo ambiguo, ambiguo que es el núcleo del ser. El psicoanálisis lo que hace es brindar la construcción de un saber  que permita dar luz a esta decisión del sujeto. En esta medida vemos que el psicoanálisis no promete el cielo ni garantiza el pesimismo del quedarse de por vida en el infierno, de hecho los imaginarios de cielo e infierno es lo primero que el psicoanálisis tumba [pues eso es malestar de la cultura, es el Otro, es eso que imposibilita y jode la vida del sujeto, su libre despliegue, el espontáneo emerger de su deseo, nada más pensemos en que la sexualidad aún es un maldito tabú que hace más daño que cualquier otra cosa], lo que hace el psicoanálisis es tejer un saber no sabido que le permita y facilite al sujeto tomar las riendas de su propio timón, para que así lo dirija hacia donde el sujeto quiera, ojala hacia mares más prósperos, para eso navegamos en este mar, para aprender a surcar tormentas y disfrutar de soles y arrecifes más bellos, sólo si estamos dispuestos a salir de los océanos oscuros en los cuales muchas veces nos amañamos]. Aquí hablamos entonces del amor, del amor en el cual ha operado la metáfora paterna o la castración Edípica.
        
         Lo sutil del asunto es que un proceso de análisis es una castración, es un llamado a la metáfora paterna para que opere y ponga corte al goce, es un trámite al amor del Edipo en pro de resituar el deseo del sujeto y devolverle su dignidad, su amor propio. La responsabilidad del sujeto al asumir el saber que el análisis despliega, hace por sí mismo, metáfora de castración. Siempre tan positiva.

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